Una de las máximas que defendió con ahínco monseñor Juan José Asenjo en los años en los que estuvo al frente del Arzobispado de Sevilla fue la búsqueda de la unidad en las hermandades. En repetidas ocasiones hizo declaraciones públicas en las que mostraba su rechazo a los procesos electorales en los que concurría más de una candidatura. Y no porque no creyera en la diversidad de opiniones, sino porque era consciente de que estas elecciones con múltiples opciones acababan provocando una herida en las cofradías que tardaba muchísimo tiempo en cicatrizar. De hecho, en algunas de ellas todavía sigue abierta, a pesar del tiempo transcurrido, provocando un dolor y una separación entre hermanos que comparten la misma fe pero que se han convertido en auténticos enemigos.

Aquella advertencia de Asenjo fue un muro de contención para las aspiraciones de varios candidatos. Entonces, los que tenían algún interés de poder en las hermandades se pensaban muy mucho la posibilidad de dar el paso definitivo para concurrir a unas elecciones. La buena noticia es que hubo cofradías que hicieron suyas las palabras del arzobispo y consiguieron encontrar una candidatura de consenso que evitara rupturas innecesarias. La mala, que aquella especie de compromiso no firmado ha durado muy poco. Y es que este otoño nos está dejando un panorama de fracturas en las corporaciones que se traduce en procesos electorales en los que se enfrentan dos o tres opciones con el único objetivo de hacerse con el poder.

No es una buena noticia que exista esta excesiva pluralidad al presentarse a unas elecciones, porque al final provoca una fragmentación que rompe la vida de hermandad. Está claro que las reglas de una cofradía facultan a cualquier hermano a presentarse a hermano mayor o a la junta de gobierno. Pero que sea un derecho, o que haya quien quiera hacerlo, no está reñido con que todo el mundo esté capacitado para ello. Dirigir una cofradía es algo más serio de lo que parece, porque en manos de los elegidos está el futuro más próximo que pueden condicionar lo que ocurra después. No todo el mundo vale, porque luego vienen las lamentaciones por los errores que provoca la falta de formación. Esa es la Semana Santa que nos ha tocado vivir y que se parece cada vez menos a la que nos enseñaron.

Casi medio siglo después de su llegada a la parroquia de Omnium Sanctorum, la hermandad de los Javieres vive sus últimos días en el templo de la calle Feria. Para el mes de enero está previsto el traslado de los titulares de la cofradía del Martes Santo a la iglesia del Sagrado Corazón de la calle Jesús del Gran Poder, la que volverá a ser a partir de ahora su sede canónica. Este fin de semana, la Virgen de Gracia y Amparo estuvo expuesta por última vez en besamanos en el presbiterio de la que hasta ahora ha sido su casa, en un altar majestuoso que sonaba a despedida.

En una recoleta plaza junto a la del Cristo de Burgos, está la iglesia del Buen Suceso, el templo que cobijará esta semana al Señor de las Penas de San Vicente dentro de los cultos extraordinarios de la hermandad por el 150 aniversario de la fundación de la corporación. Este edificio se encuentra en un entorno casi idílico para la Sevilla de siempre, porque se trata de un enclave donde aún persiste una casa antigua, sus naranjos y sin elementos estridentes.